Afirma Zygmunt
Bauman en Modernidad y Holocausto que el Holocausto fue “un inquilino legítimo
de la casa de la modernidad”. Es decir, que las prácticas sociales genocidas o
de aniquilamiento no son un accidente o una ruptura de un orden de progreso y
civilización sino que son una posibilidad inherente al sistema, que se deriva
de las grietas que generan aquellos que ejercen determinadas formas de
autonomía frente al Estado.
Desde
entonces, y hasta nuestros días, múltiples corrientes teóricas han transitado
los pedregosos caminos de la reflexión sobre cómo son estos hechos posibles. La
transición democrática en Argentina permitió una primera lectura de los hechos
conocida por todxs como la teoría de los dos demonios, reforzada por ser la
interpretación propuesta desde el Estado. Desmontar esta idea de que a un
terror se le había opuesto otro, como si pudieran compararse cuando solo uno es
ejercido utilizando el aparato represivo del Estado llevó al menos una década,
y fueron lxs HIJOS quienes llegaron con nuevas estrategias a recuperar las
trayectorias militantes de sus padres, que la retórica humanitaria había
borrado. Cómo si vaciar sus vidas de contenido político hiciera menos legítima
su desaparición. Y durante años se transformó la impunidad en carnaval
repitiendo que donde no hubiera justicia habría escrache. Hace ya más de 7 años
la derogación de las leyes de obediencia debida y punto final reabrieron otro
sendero, donde comenzar a juzgar los delitos de lesa humanidad, como instancia
no de reconciliación sino de justicia. Hoy venimos en nombre del Poder
Ejecutivo Nacional, pero por mandato popular, y con todas las herramientas de
la democracia, a exigir justicia. Una justicia que permita poner nombre, cara y
acción a esos lazos de solidaridad y trabajo que las dictaduras intentaron
desaparecer mediante el terror.
Este juicio
por la Masacre
de Trelew significa un paso más. Estos hechos, acontecidos con anterioridad a
1976, quedaron envueltos en otras lógicas y otros relatos. Ese discurso
eminentemente revolucionario de los evadidos en el Aeropuerto es una
declaración de principios. Solo algunos pudieron ver ya en ese entonces que
este hecho expresaba otra cara de la represión y que anticipaba el terror que
habría de venir. Describe Eduardo Luis Duhalde cómo Trelew enfrentó a los
abogados con la impotencia de las herramientas del Derecho frente a la
inminencia de la masacre, pero además frente al dilema de si ser parte legitimaba
un circo de justicia inexistente. Hoy nos toca a nosotros, como abogados y
abogadas de una nueva generación, retomar esas convicciones, principios y
acciones de quienes nos antecedieron. Nos interpela la responsabilidad de
acusar a los cinco imputados aquí presentes por los delitos mencionados y que
marcaron un hito en el despliegue del terrorismo de Estado en nuestro país. Y
también les toca a ustedes como jueces de la democracia dictar
sentencia.
El debate
político, jurídico, institucional e histórico de los últimos diez años hace
posible que hoy estemos en esta instancia. Tenemos entre nuestras manos la
oportunidad histórica de hacer justicia para los fusilados de Trelew, para sus
familiares que vivieron estos años entre la clandestinidad y la lucha, para sus
hijos e hijas que son hoy adultos, para sus padres que no llegaron a verlo, 40
años después. Sin embargo hay algo más. Es la oportunidad histórica de hacer
justicia para los ciudadanos y ciudadanas de Trelew y Rawson, para sus
militantes, para sus apoderados, para sus docentes, para sus estudiantes, para
sus obreros, para sus abogados, para quienes sintieron durante muchos años el
miedo en el cuerpo, para quienes crecimos en este valle muchos años después y
se nos negó la posibilidad de conocer esta historia bajo la cantinela de que
aquí nunca-pasó-nada. Es un momento privilegiado para recordar juntos que allí
donde la Dictadura
de Lanusse vio aridez y distancia, nuestros pueblos vieron germinar junto a los
presos y presas políticas las flores de su movilización.
Es la
posibilidad de reconstruir juntxs qué pasó. Reconocer que el Estado utilizó en
numerosas oportunidades sus herramientas para atentar contra la vida y la
seguridad de sus miembros, que eso no es un accidente ni un acto irracional
sino que es un delito, y que por sistemático y generalizado es de lesa
humanidad. Que esos delitos tuvieron como fin último, entre otras cosas, romper
mediante el miedo y la delación los lazos de solidaridad reinantes para
implantar un modelo económico y político que requería individualismo. Y
entonces es una oportunidad de hacer justicia para una sociedad que ve hoy en
el Estado una respuesta a sus derechos: un Estado que pone su fuerza al
servicio de la igualdad de oportunidades. Es, en síntesis, la oportunidad para
que este tribunal consagre lo que el pueblo sentenció hace 40 años, cuando
pidió por primera vez “justicia para los fusilados de Trelew”.
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